JOSÉ EMILIO PACHECHO, SU OBRA SE INSCRIBE EN LAS GRANDES RUPTURAS

 

Everardo Ramírez Puentes

 José Emilio Pacheco es uno de los grandes escritores de la literatura mexicana. Su obra se inscribe en la época de las grandes rupturas con la agotada visión nacionalista. Mientras José Luis Cuevas arremetía irreverente contra las herencias plásticas, ideológicas y políticas del muralismo mexicano, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Sergio Pitol entre otros, ensayaban formas novedosas y universales que les permitieran crear nuevos territorios literarios. Sus miradas curiosas incorporaron los temas abrasadores de un nacionalismo trascendente y reflexivo; limpiaron su lenguaje del folclor ingenuo y colorido, como condición primaria para definir el perfil de una narrativa poderosa, hipertextual plena de símbolos y sentidos diversos.

Pitol se embarcó en una empresa literaria signada por un perfeccionismo magistral, muy cerca de Thomas Mann y Robert Mussi. Carlos Monsiváis, polígrafo seducido por las tonalidades, ritmos e intensidades del lenguaje popular se adscribió al género híbrido de la crónica, donde como Gore Vidal, Hunter S. Thompson, Rizard Kapuschinsky, Lee Anderson, Martín Caparrós, Tomás Eloy Martínez y Salvador Novo podía hablar de todo, desnudar al "obscuro objeto del deseo"; hasta adentrarse en las obscuras galerías de la sociedad donde habitaban todos sus miedos y todas sus esperanzas; era un hombre que lo mismo podía disertar sobre el espíritu laico de la generación juarista del 57, hasta los efectos hipnóticos de las caderas gloriosas de "la Trevi".
José Emilio Pacheco por su parte, desde su primer libro Los elementos de la Noche; ya anuncia el carácter universal de su poesía, sostenido sobre una experiencia intimista, reflexiva, profunda; más cerca de T.S. Elliot que de Neruda. Esta vocación explica su admiración por Jorge Luís Borges a quien alguna vez le dedicó cátedra memorable en el Colegio Nacional.
Comparto con ustedes tres poemas que me deslumbraron como lector poco avezado en el 85.

1. "Aquí está el sol con su único ojo, la boca escupefuego que no se hastía de calcinar la eternidad. Aquí está como un rey derrotado que observa desde el trono la dispersión de sus vasallos. A veces impregnaba de luz el cuerpo de aquella que perdiste para siempre. Hoy se limita a entrar por la ventana y te avisa que ya han dado las siete y tienes por delante la expiación de tu condena."

2. Homenaje a la Cursilería.
" Dóciles formas de entretenerte/ olvido:
recoger piedrecillas de un río sagrado,
estampar becquerianas violetas en los libros
para que amarilleen ilegibles/
besarla lentamente y en secreto
cualquier último día
antes de la terrible separación
al filo mismo
del adiós tan romántico
y sabiendo
(aunque nadie se atreva a confesarlo)
que nunca volverán las golondrinas.

3. Idilio
" Con aire de fatiga entraba el mar
en el desfiladero
El viento helado
dispersaba la nieve de la montaña
Y tú
parecías un poco de primavera
anticipo
de la vida bullente bajo los hielos
calor
para la tierra muerta
cauterio
de su corteza ensangrentada
Me enseñaste los nombres de las aves
la edad
de los pinos inconsolables
la hora en que suben y bajan las mareas
En la diafanidad de la mañana
se borraban las penas
la nostalgia
del extranjero
el rumor
de las guerras y desastres
El mundo
volvía a ser un jardín
que repoblaban
los primeros fantasmas
una página en blanco
una vasija
en donde sólo cupo aquel instante
El mar latía
En tus ojos
se anulaban los siglos
la miseria
que llamamos historia
el horror que agazapa su insidia en el futuro
Y el viento
era otra vez la libertad
que en vano
intentamos fijar
en las banderas
Como un tañido funerario entró
En el bosque un olor de muerte
Las aguas
se mancharon de lodo y de veneno
Y los guardias
llegaron a ahuyentarmos
Porque sin darnos cuenta pisábamos
el terreno prohibido
de la fábrica atroz
en que elaboran
defoliador y gas paralizante."
Extraordinario Poeta. Pero no olvidemos sus novelas memorables Morirás lejos y Las Batallas en el desierto.
Recuerdo que lo vi en la FIL de Guadalajara en el 2012. Ya acusaba un cansancio extremo, pero aun así, no dejaba de ser el escritor modesto y tímido que siempre fue. Estaba en silla de ruedas y su hija Laura Elena Pacheco le acercaba libros para su firma. Mientras tanto Cristina, su esposa estaba atenta a cualquier gesto que él hiciera. Lo cubrían desmesurados libreros del sello editorial ERA. Más tarde lo vi perderse entre los largos pasillos de la Feria.



EL GATO BAJO LA LLUVIA

Ernest Hemingway


Sólo dos americanos había en aquel hotel. No conocían a ninguna de las personas que subían y bajaban por las escaleras hacia y desde sus habitaciones. La suya estaba en el segundo piso, frente al mar y al monumento de la guerra, en el jardín público de grandes palmeras y verdes bancos. Cuando hacía buen tiempo, no faltaba algún pintor con su caballete. A los artistas les gustaban aquellos árboles y los brillantes colores de los hoteles situados frente al mar.

Los italianos venían de lejos para contemplar el monumento a la guerra, hecho de bronce que resplandecía bajo la lluvia. El agua se deslizaba por las palmeras y formaba charcos en los senderos de piedra. Las olas se rompían en una larga línea y el mar se retiraba de la playa, para regresar y volver a romperse bajo la lluvia. Los automóviles se alejaron de la plaza donde estaba el monumento. Del otro lado, a la entrada de un café, un mozo estaba contemplando el lugar ahora solitario.

La dama americana lo observó todo desde la ventana. En el suelo, a la derecha, un gato se había acurrucado bajo uno de los bancos verdes. Trataba de achicarse todo lo posible para evitar las gotas de agua que caían a los lados de su refugio.

–Voy a buscar a ese gatito –dijo ella.

–Iré yo, si quieres –se ofreció su marido desde la cama.

–No, voy yo. El pobre minino se ha acurrucado bajo el banco para no mojarse ¡Pobrecito!

El hombre continuó leyendo, apoyado en dos almohadas, al pie de la cama.

–No te mojes –le advirtió.

La mujer bajó y el dueño del hotel se levantó y le hizo una reverencia cuando ella pasó delante de su oficina, que tenía el escritorio al fondo. El propietario era un hombre viejo y muy alto.

–Il piove –expresó la americana.

El dueño del hotel le resultaba simpático.

–Sí, sí signora, brutto tempo. Es un tiempo muy malo.

Se quedó detrás

Se quedó detrás del escritorio, al fondo de la oscura habitación. A la mujer le gustaba. Le gustaba la seriedad con que recibía cualquier queja. Le gustaba su dignidad y su manera de servirla y de desempeñar su papel de hotelero. Le gustaba su rostro viejo y triste y sus manos grandes. 

Estaba pensando en aquello cuando abrió la puerta y asomó la cabeza. La lluvia había arreciado. Un hombre con un impermeable cruzó la plaza vacía y entró en el café. El gato tenía que estar a la derecha. Tal vez pudiese acercarse protegida por los aleros. Mientras tanto, un paraguas se abrió detrás. Era la sirvienta encargada de su habitación, mandada, sin duda, por el hotelero.

–No debe mojarse –dijo la muchacha en italiano, sonriendo.

Mientras la criada sostenía el paraguas a su lado, la americana marchó por el sendero de piedra hasta llegar al sitio indicado, bajo la ventana. El banco estaba allí, brillando bajo la lluvia, pero el gato se había ido. La mujer se sintió desilusionada. La criada la miró con curiosidad.

–Ha perduto qualque cosa, signora?

–Había un gato aquí –contestó la americana.

–¿Un gato?

–Sí il gatto.

– ¿Un gato? –la sirvienta se echó a reír– ¿Un gato? ¿Bajo la lluvia?

–Sí; se había refugiado en el banco –y después–: ¡Oh! ¡Me gustaba tanto! Quería tener un gatito.

Cuando habló en inglés, la doncella se puso seria.

–Venga, signora. Tenemos que regresar. Si no, se mojará.

–Me lo imagino –dijo la extranjera.

Volvieron al hotel por el sendero de piedra. La muchacha se detuvo en la puerta para cerrar el paraguas. Cuando la americana pasó frente a la oficina, el padrone se inclinó desde su escritorio. Ella experimentó una rara sensación. Il padrone la hacía sentirse muy pequeña y a la vez, importante. Tuvo la impresión de tener una gran importancia. Después de subir por la escalera, abrió la puerta de su cuarto. George seguía leyendo en la cama.

– ¿Y el gato? –preguntó, abandonando la lectura.

–Se fue.

– ¿Y dónde puede haberse ido? –preguntó él, abandonando la lectura.

La mujer se sentó en la cama.

– ¡Me gustaba tanto! No sé por qué lo quería tanto. Me gustaba. No debe resultar agradable ser un pobre gatito bajo la lluvia.

George se puso a leer de nuevo.

Su mujer se sentó frente al espejo del tocador y empezó a mirarse con el espejo de mano. Se estudió el perfil, primero de un lado y después del otro, y por último se fijó en la nuca y en el cuello.

– ¿No te parece que me convendría dejarme crecer el pelo? –le preguntó, volviendo a mirarse de perfil.

George levantó la vista y vio la nuca de su mujer, rasurada como la de un muchacho.

–A mí me gusta como está.

– ¡Estoy cansada de llevarlo tan corto! Ya estoy harta de parecer siempre un muchacho.

George cambió de posición en la cama. No le había quitado la mirada de encima desde que ella empezó a hablar.

– ¡Caramba! Si estás muy bonita – dijo.

La mujer dejó el espejo sobre el tocador y se fue a mirar por la ventana. Anochecía ya.

–Quisiera tener el pelo más largo, para poder hacerme moño. Estoy cansada de sentir la nuca desnuda cada vez que me la toco. Y también quisiera tener un gatito que se acostara en mi falda y ronroneara cuando yo lo acariciara.

– ¿Sí? –dijo George.

–Y además, quiero comer en una mesa con velas y con mi propia vajilla. Y quiero que sea primavera y cepillarme el cabello frente al espejo, tener un gatito y algunos vestidos nuevos. Quisiera tener todo eso.

– ¡Oh! ¿Por qué no te callas y lees algo? –dijo George, reanudando su lectura.

Su mujer miraba desde la ventana. Ya era de noche y todavía llovía a través de las palmeras.

–De todos modos, quiero un gato –dijo–. Quiero un gato. Quiero un gato. Ahora mismo. Si no puedo tener el pelo largo ni divertirme, por lo menos necesito un gato.

George no la escuchaba. Estaba leyendo su libro. Desde la ventana, ella vio que la luz se había encendido en la plaza.

 Alguien llamó a la puerta.

–Avanti –dijo George, mirando por encima del libro.

En la puerta estaba la sirvienta. Traía un gran gato color carey que pugnaba por zafarse de los brazos que lo sujetaban.

–Con permiso –dijo la muchacha– il padrone me encargó que trajera esto para lasignora.